Cuando un amigo muere, nunca se va, queda su recuerdo, su sonrisa, sus abrazos.
Cuando un amigo muere, nos
quedan sus palabras, sus enseñanzas, sus formas de mirarnos.
De ti, mi querida Samy, me
queda tu hermosa sonrisa, tu pasión por los viajes, tus ganas de aferrarte a la
vida, tus abrazos cuando hacía frío.
De ti me queda tu pastel de
vainilla con limón, tu generosidad, tus cuidados, una cancioncita para dormir,
el gusto por el mate y la murga uruguaya.
De ti me queda aquel paseo por
Mardel, cuando fuimos a visitar a los lobos marinos, y comimos en ese lindo
restaurante de la costa.
De ti me queda ese acento
porteño, el paseo a la Bombonera, el amor por Gabo, y las ganas de conocer
Aracataca.
De ti me queda saber que los
diagnósticos pueden ser de esperanzas, que hay que poner el foco en lo que
duele, y que siempre ayudar será la mejor opción.
De ti me queda esa
espontaneidad, el amor por los amigos, las risas y la pizza en el barcito de
Viña.
De ti me queda el paseo por el
centro de Montevideo, ese encuentro, un abrazo que decía ¡Cuánto te extrañé! No
sabía que sería el último.
De ti me queda el amor por el
sur y cada una de las despedidas en Buenos Aires, en Mardel, en Viña, en
Montevideo. Siempre fueron un hasta luego. Hoy, es un hasta siempre.
Tal vez nos faltó que vinieras
a mi tierra, y aunque siempre nos unieron fronteras diferentes, yo siempre me
sentí como en casa.
Gracias por tanto cariño y
amistad. Gracias por acogerme, por hacerme sentir parte de tu familia aún
cuando me encontraba lejos de la mía. Gracias por tus cuidados, por cruzar
mares y ríos para encontrarte conmigo y celebrar mis cumpleaños, y celebrar
nuestros reencuentros.
Gracias por lo especial que
fuiste.
Gracias porque luchaste
siempre.
La enfermedad no te venció, tú venciste.
Y ahora nos queda tu sonrisa para siempre, flotando en el aire de la vida y de
todos nuestros recuerdos.
Por siempre, gracias.
Ahora seguirás cantando al sol
como la cigarra…
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